… El 10 de febrero de 1937, miércoles de ceniza, celebró la Eucaristía, impartió la ceniza y se dedicó a confesar. De pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El Padre Pedro tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote bañado en sangre, cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote diciéndole: «Cómete esto». Por manos de su verdugo se cumplió su anhelo de recibir a Jesús Sacramentado antes de morir…

Nació en Sacramento, Chihuahua, el 8 de Junio de 1892. Fue bautizado en la Parroquia del Sagrario el 29 del mismo mes. Hijo de Apolinar Maldonado y de Micaela Lucero. Tenía 17 años cuando Dios le llamó y, siguiendo los consejos de sus maestros, ingresó en el Seminario de Chihuahua. Las condiciones de pobreza por las que atravesaba el Seminario, en especial la deficiente alimentación, fueron la causa de que se desarrollara débil y enfermizo. Esta situación, unida a la suspensión de las clases, dadas las circunstancias difíciles por la Revolución de 1914, provocó que saliera del Seminario por un corto tiempo, dedicándose a aprender música.

En 1918 fue enviado a El Paso (Texas) para recibir las Órdenes Sagradas, pues el Obispo de Chihuahua, Don Nicolás Pérez Gavilán, estaba enfermo. La ordenación sacerdotal le fue conferida por el Obispo Don Jesús Schuler, la mañana de del 25 de Enero de 1918 en la Catedral de San Patricio. Celebró su primera Misa en la Parroquia de la Sagrada Familia en Chihuahua, el 11 de Febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, a la que tenía una especial devoción.

Su primer destino fue San Nicolás de las Carretas, atendiendo al mismo tiempo la Parroquia de San Lorenzo, en 1918. El mismo año se le encomendó la atención de la Parroquia de San Francisco de Borja. En 1923 fue trasladado a la Parroquia de Santa Rosa de Lima, en Cusihuiriachic, pueblo minero en el que desplegó su celo por desterrar los vicios y las malas costumbres, especialmente aquellas que más afectaban la familia.

En Enero de 1924 fue nombrado Párroco de Santa Isabel y allí permaneció hasta su muerte en 1937.

Se dedicó con entusiasmo a la catequesis de niños. Con cantos, representaciones teatrales y otras actividades atraía a todos. Reorganizó las asociaciones existentes y fundó nuevos grupos de apostolado. Encendió el entusiasmo y la piedad de sus feligreses. Se incrementaron sobremanera la Adoración Nocturna y la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento. Fomentó el amor y la devoción a la Santísima Virgen María en sus diversas advocaciones, por medio de las Hijas de María y otras asociaciones marianas. Era apóstol incansable con tal de ganarse a todos para Cristo.

En 1926 se desató la terrible persecución religiosa que ya desde hacía años se preparaba en el seno de las logias. El culto público fue suspendido, se cerraron templos, seminarios y escuelas. E innumerables sacerdotes y seglares murieron en la desigual lucha que recordamos con el glorioso nombre de Cristiada.

Los lamentables arreglos entre el Episcopado y el gobierno del presidente Portes Gil, en 1929, no impidieron que en 1931 estallara una nueva persecución, más terrible todavía, en varios estados de la República Mexicana, entre ellos Chihuahua, siendo gobernador el general Quevedo. La razón manifiesta era hacer cumplir los decretos persecutorios, para quedar bien con el presidente Cárdenas, quien trataba de intensificar la enseñanza socialista en las escuelas. Los sacerdotes fueron nuevamente perseguidos y desterrados, se cerraron templos, los maestros fueron obligados a firmar declaraciones impías, se prohibieron las manifestaciones de protesta…

En 1934, el Padre Maldonado, preso , maltratado y amenazado por la policía, fue desterrado a El Paso, asombrando a sus perseguidores por su entereza y valor. Poco tiempo permaneció fuera de su patria. Tan pronto como le fue posible, aún con riesgo de su vida, regresó a Santa Isabel. Todavía convaleciente de unas fiebres, fue al lado de sus feligreses y dirigía y orientaba a sus fieles, combatiendo la masonería, la educación sexual en las escuelas, la embriaguez y los demás vicios. Fue especialmente devoto de Santa Teresita de Lisieux.

En 1936 decidió quedarse en un poblado cerca de Santa Isabel, La Boquilla del Río, donde una heroica familia cristiana había convertido su casa en oratorio, en la que casi públicamente celebraba los actos de culto.

El 10 de Febrero de 1937, Miércoles de Ceniza, se dedicó a confesar e imponer cenizas. Por la tarde se presento en la casa un grupo de hombres armados que iban a aprehender al Padre. Las personas que allí estaban le avisaron y quiso salir a hablar con ellos, pero todos se opusieron y le hicieron salir por otra puerta para esconderse en un cuarto que había en una huerta cercana. Hasta allí lo siguieron los hombres armados, amenazando con quemar el cuarto si no salía. El Padre les dijo que esperaran a que le trajeran el sombrero. Una persona fue a la capilla y junto con el sombrero trajo en un relicario las hostias consagradas que habían quedado… Era lo que el Padre quería. Salió, tomó el relicario y el sombrero, y enmedio de aquella chusma, brincó la cerca. Ordenaron al Padre caminar delante de los caballos, descalzo, y seguidos por algunas personas, tomaron el camino de Santa Isabel. El Padre comenzó a rezar el Rosario y todos contestaban, menos los esbirros, que en ocasiones trataban de echarle los caballos encima.

Llegados a la Presidencia, el Padre pasó la puerta de entrada. Los que le estaban esperando impidieron la entrada de la gente que le acompañaba. Al entrar, el Presidente Municipal lo tomó por los cabellos y le propinó un golpe. Al llegar al segundo piso, Andrés Rivera, cacique de los políticos de la región, lo recibió con un tremendo pistolazo en la frente, quebrándole el cráneo en círculo y saltándole casi el ojo izquierdo. De ahí, los esbirros siguieron golpeando al indefenso Sacerdote con las culatas de los rifles, arrastrándole por las escaleras hasta el segundo piso. Allí quedó tirado, inconsciente , bañado en su sangre inocente, y apretando el relicario en su pecho. Los malhechores se dispersaron.

Unas mujeres fueron a Chihuahua a pedir garantías al Gobernador. Este se limitó a enviar una comisión de la policía secreta para que recogiera al herido. Cuando estos llegaron a Santa Isabel, el Padre permanecía tirado en el piso, moribundo, semiinconsciente, lleno de golpes y heridas en todo el cuerpo. Los policías levantaron un acta haciendo constar el estado en el que lo recibirían, para que si a ellos se les moría en el camino, no los culparan. Lo echaron en una camioneta y lo llevaron a Chihuahua, entregándolo en el Hospital Civil.

Padre Maldonado

El señor Obispo Don Antonio Guízar y Valencia, al saber lo ocurrido, envió a los Padres Espino y Gutiérrez para que vieran que se podía hacer por el Padre. Dice el Padre Gutiérrez: “lo encontré en un estado verdaderamente lastimoso e irreconocible a causa de las heridas y los golpes que tenía. Estaba inconsciente y casi agónico. Tenía el cráneo materialmente levantado, la cara golpeada, los dientes quebrados, las manos arañadas y una pierna quebrada. Esto era lo que a primera vista se veía”. El Padre Gutiérrez le impartió la absolución, los santos óleos y la bendición papal, y salió a avisar al Obispo y a los familiares del Padre.

El 11 de Febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, en el 19º aniversario de su cantamisa, a las cuatro de la mañana, entregaba su vida al Señor. Poco antes de morir, el Padre Espino separó la mano derecha del Padre, que tenía aferrada sobre el pecho, el relicario, vacío.

Entierro del P. Maldonado

El cadáver fue llevado a la Casa Episcopal y ataviado con los ornamentos sacerdotales fue colocado en un sencillo ataúd en la capilla ardiente que se improvisó en la sala, y comenzó el gran desfile de los fieles de la ciudad y de los poblados cercanos, en imponente e interminable manifestación de tristeza y admiración.

 

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«¡Dios mío! Siento mis ánimos decaer, pienso en huir, dejar esta vida de penas, correr a donde los míos, parece que las cosas no se remedian, creo que ya nadie pelea en contra del Gobierno, sólo nosotros como bandidos culpables nos escondemos de la acción de la justicia, pienso en desertarme.

¡Que lucha tan atroz superior a mis fuerzas!

El deber se presenta ante mí: mi Patria sufriendo inicua esclavitud, la sangre derramada de inocentes víctimas que claman castigo para sus verdugos, la Iglesia sufriendo como nunca la persecución más ardiente y atroz que ha conocido la Historia de México, los bandidos y ladrones gobernando a mi pueblo que peca de cobarde, los asesinatos que cometen las fuerzas de Calles colgando vivos a inocentes ciudadanos. Llegaron noticias de más de diez colgados vivos por los alrededores del Distrito Federal; ¡ Cuantos crímenes, cuantas iniquidades! ¡Y el Pueblo espera todavía!… ¡Oh Dios mío! ¿Qué será de mi Patria? ¡No la castigues ya, levanta tu brazo justiciero, pecamos mucho; pero el castigo es superior a nuestras fuerzas! ¡Mira Señor, mi corazón cómo sufre, considerando todo lo que enumero, además que pienso dejar la lucha, dejarla porque me faltan fuerzas para el sacrificio, dame Tu gracia para cumplir mis propósitos, no quiero hacer traición mis principios, me faltan fuerzas, soy de carne y ella me grita negarme al sacrificio! ¡Dame ánimo, al menos que mi corazón no sufra tan atroz tormento! ¡Dame valor, dame entusiasmo! Si consideras que esta cruz que pesa sobre mí te es grata la acepto, más no me niegues lo que te pido, gracia, más gracia para sobrenaturalizar mis actos todos y no desmayar ni un momento; mis propósitos son ver el triunfo de la causa o morir antes de dar media vuelta, en tus manos estoy y Tú sabes lo que haces».

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«España llegó, bajo el reinado de Felipe II, a la total robustez de su propia personalidad y a adquirir el sentido pleno de su vocación. Fue entonces cuando intentó fundir, con un matrimonio desgraciado e inútil, los destinos de su Patria con Inglaterra. Y tras el fracaso de su intento, que le dio a Hugo Benson trama para La Tragedia de la Reina se vio en la necesidad de armar sus barcos para combatir el país que en ese tiempo, con Isabel a la cabeza del protestantismo, logró comenzar a ser dominador del Océano.

La Invencible, que fue la escuadra en que concentró Felipe II todo el poder marítimo de España, se puso en marcha para chocar con la vocación de Inglaterra, vieja y permanente señora del mar: la armada no logró ni siquiera saludar las brumas que coronan la frente de ese gigante defendido por la cólera del mar. El Rey de España no recogió, del desastre, mas que unos cuantos leños rotos, y la Historia pareció cerrar con un punto final la página de uno y otro pueblo…

Y tras del viaje de las tres carabelas, allá hacia el Norte, llegaron venidos de Inglaterra los emigrados que echaron los cimientos del país más fuerte de América y acá hacia el Sur, toda la España forjada en ocho siglos de batallas, vino en escuadrón cerrado sobre el maderamen roto de La Invencible, coronado con el Leño de la Cruz. Sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor místico de Teresa y Juan de la Cruz, se acercaron a la arcilla oscura de la Virgen América y en un rapto, que duró varios siglos, la alta, la imborrable figura de Don Quijote, seco, enjuto y contraído de ensueño excitante, pero real semejanza del Cristo, como lo ha hecho notar Unamuno, se unió, se fundó, no se superpuso, no se mezcló, se fundió para siempre en la carne, en la substancia viva de Cuauhtémoc y de Atahualpa.

Y la esterilidad del matrimonio de Felipe con la Princesa de Inglaterra se tornó en las nupcias con el alma genuinamente americana, en la portentosa fecundidad que hoy hace que España escoltada por las banderas que se empinan sobre los Andes, del Bravo hacia el Sur, vuelva a afirmar su vocación en presencia de la Inglaterra caída de las manos de Enrique VIII a las manos de su hija. Felipe II e Isabel han vuelto a encontrarse: apenas se advierte, en sus rasgos fundamentales, una ligera modificación. Podría decirse que la persistencia de vocaciones y de caracteres, único elemento permanente en la Historia y que la puede reducir a a fórmulas de rigidez casi algebraica, nos hacen experimentar un retorno de tres siglos y nos hacen pensar en la repetición.

Pero no hay ni la misma escena, ni los mismos personajes, ni los mismos factores en su forma concreta e individual; pero si hay la continuidad, que es y ha sido siempre el fondo sustancial del carácter y sobre todo, la señal distintiva de una vocación que muy lejos de ahogarse en el abismo de la inercia y de la deserción se ha puesto en marcha en un día próximo lejano y ha sabido poner y dejar huellas imborrables de su paso. Entre el desastre de La Invencible y nosotros hay no menos de tres siglos: entre la España de Felipe II, hecha de carne y espíritu en nosotros y la Inglaterra de Isabel trasplantada al Norte de América, no hay ni un minuto, ni un milímetro de distancia. Porque la vocación, que supone la continuidad, nos ha atado realmente a los de este lado del Bravo a la vocación de España y a los de aquel lado del Bravo a la vocación de Inglaterra, que hemos llegado a ser parte integrante de la personalidad histórica de España, como ellos han venido a formar parte de Inglaterra ….

Nuestra vocación, tradicionalmente, históricamente, espiritualmente, religiosamente, políticamente, es la vocación de España, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestro espíritu con la carne, con la sangre, con el espíritu de España, que desde el día en que se fundaron los pueblos Hispanoamericanos, desde ese día quedaron para siempre anudados nuestros destinos, con los de España. Y en seguir la ruta abierta de la vocación de España, está el secreto de nuestra fuerza, de nuestras victorias y de nuestra prosperidad como pueblo y como raza».

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“Es necesario saber y querer escribir con sangre y dejar que sobre la propia carne, magullada, sangrante, quede el propio pensamiento fijado para siempre con las torceduras del potro, con la zarpa de los leones o con la punta de la espada de los verdugos. Y por lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietszche, queda escrito para siempre, el voto de los mártires no perece jamás… Cuando al ver herido de muerte a Enrique III de Francia todos volvieron sus ojos para buscar al asesino, se encontró a un hombre que paseaba tranquilamente con la cabeza descubierta y muy cerca un sombrero que estaban escritas las palabras : “YO HE SIDO”. La mano que acababa de matar al rey, allí estaba; a la vista de todos, clara, inconfundible. Una cosa parecida sucede con el voto del mártir. Al acabar de teñir con su sangre la mano de los verdugos ha dejado una señal inconfundible de su pensamiento. Y por encima de todos los olvidos queda escrita su afirmación suprema: YO HE SIDO. En la democracia y en los comicios, donde se vota todos los días con papeles y números, cabrá la tergiversación. El fraude y el soborno y la mentira podrán conjurarse para engañar y arrojar cómputos falsos y para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a ser lo que es, lo que ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de violencia donde se carga de escupitajos y de ignominia al pueblo. No sucede esto con la democracia de los mártires… Hoy no votaremos con hojas de papel marcadas con el sello de una oficina municipal; hoy votaremos con vidas. Debemos regocijarnos de que la revolución se empeñe en llegar hasta el estrangulamiento de la vida de las conciencias. Así se echa a su pesar en la corriente de una democracia en que los juegos de escamoteo y de prestidigitación electoral quedarán excluidos inevitablemente . Hoy votaremos con vidas y con la vida. Con vidas, porque aunque no habrá millones de mártires, pocos o muchos, los habrá. Sobre todo, votaremos con la vida, porque los rechazos pujantes, arrasadores, del estrangulamiento de las conciencias, llevarán la corriente entera, total de la vida a una quiebra estrepitosa y a una parálisis extrema, brusca e inesperada… No habrá ni ha habido otro remedio. La democracia ha tenido y tiene que echar sobre sus hombros la clámide ensangrentada de los mártires. Solamente así, teñida de sangre, llegará a ser siquiera un día, el día del martirio, el día del estrangulamiento, la heroína salvaje bautizada por Cristo, que Ventura Ráulica saludaba con un apóstrofe radiante”.


Anacleto González Flores

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Todas las doctrinas para triunfar y llegar a señorear los espíritus y las sociedades, necesitan de los esfuerzos y de los sacrificios del apóstol; es esta una ley que se puede demostrar principalmente con la Historia, que no es otra cosa que la experiencia de la humanidad. 

Cuando N. S. Jesucristo quiso conquistar el mundo y conseguir que su pensamiento eminentemente civilizador penetrara a todas las conciencias, puso grande empeño en formar de un modo especial hombres que por su abnegación, desinterés y amor al sacrificio se resolvieran a emprender la realización de una obra que como la de Jesús era al parecer una gran locura. Esos hombres recibieron el nombre de apóstoles, no fueron más que unos cuantos y a pesar de esto llevaron a feliz término una empresa que ha merecido la admiración de los hombres y de los siglos.


Y todo sistema que ha logrado apoderarse poco o mucho tiempo de la humanidad no lo ha podido conseguir más que por medio del apóstol. El apóstol es un hombre que profundamente apasionado de una idea hace de ella el pensamiento único de su vida, el objeto de su amor, el ideal supremo de su existencia; y por más que se le vitupere y se le ridiculice, él es, ha sido y seguirá siendo el árbitro de los destinos de los pueblos, por que con su acción constante, perpetua, incansable, conquistará las inteligencias, subyugará los corazones, será dueño de las voluntades y la humanidad le pertenecerá inevitablemente: de aquí es que en todos los grandes movimientos han agitado a los pueblos y han llevado por nuevos senderos a las generaciones, encontramos siempre el influjo, la palabra, la acción de un hombre que ha querido ser el apóstol de alguna idea que ha llegado a su realización con el sacrificio y el amor ardiente del que ha enseñado y defendido con ahínco y tesón inquebrantable. El apóstol y su acción poderosamente irresistible son indispensables sobre todo cuando se ha iniciado la decadencia de los pueblos a causa de la corrupción honda de las costumbres y de la desorientación de los espíritus extraviados con los falsos sistemas, pues entonces, perdida la estimación grande y fuerte que se les debe profesar a la verdad y a la justicia, solamente una palabra desbordante de entusiasmo y acompañada de una vida que sea la cristalización de la idea que se defiende y enseña, pueden levantar de las profundidades del abismo del mal y del error, a los espíritus caídos y llevarlos a las cumbres en que fulguran esplendorosamente la verdad, la justicia y la libertas. Si las generaciones de nuestros días se ha de salvar de naufragio en que están perdiendo y precipitando los pueblos, solamente se conseguirá con la abnegación, con el ejemplo y si se quiere con el martirio del apóstol.

Entre nosotros faltan apóstoles y aun cuando existen algunos, son bien pocos si se tiene en cuenta que el torrente del mal y del error se desborda por todas partes, y es preciso por lo mismo que cada hombre que lleve el corazón bien puesto y ame con fuerza y con ardor la causa de la civilización y consiguientemente de la humanidad, le haga frente y se oponga, a la corriente de materialismo que nos ha invadido y que está próxima a reducir a escombros el andamiaje que sirve de sostén y de punto de apoyo a las construcciones magníficas de que tanto se enorgullece el espíritu humano.

Nuestra salvación está en el apostolado y por esto hay que ejercerlo en todas sus formas y en todas sus manifestaciones: con la prensa, con la conversación, con las conferencias, con la caridad, que es el gran poder de conquistar, en fin, por otros muchos medios que la experiencia nos recelará cuando todo corazón y sólo por la gloria de Dios y la salvación del genero humano, nos entreguemos a procurar con todas nuestras energías el triunfo de la verdad y del bien.
El apóstol puede existir en todas las clases sociales: entre los obreros, entre los individuos de la clase media, entre aristócratas; en fin, en todos los distintos elementos que forman la socAl apóstol le ha cabido y le cabrá en todo tiempo la gloria y la satisfacción inmensa de llevar a las generaciones por los senderos que a través del gran desierto de la vida van a parar a las regiones luminosas del progreso y de la prosperidad de los pueblos. Seamos apóstoles, consagrémonos a la realización de una idea noble y levantada, y así cuando la muerte hiele la sangre de nuestras venas, nos reclinaremos tranquilamente sobre el polvo del camino envuelto en las bendiciones de Dios y de los hombres.

 

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«Cuando después del combate, regresaron a Colima los generales Ferreira y Talamantes, ellos y sus oficiales, no pudiendo ocultar la mortandad que hubo en sus filas, y, para disimular el bochorno de la derrota narraban que el numero de los prelados Cristeros era ya muy grande, pero que los habían acabado por completo.

«Los soldados rasos,en cambio, referían cosa bien distinta. Confesaban su derrota y aclaraban no haber logrado nada contra las filas de los cruzados. En los hospitales muchos de los heridos narraban el gran terror que se apoderaba de ellos al grito de ¡Viva Cristo Rey!, que lanzaban en su combate los Cristeros. Además es cosa completamente cierta que muchos heridos y sanos declaraban, que en lo más rudo de la batalla, habían visto a una Señora, en un caballo blanco, que recorría la trinchera animando a los soldados de Cristo Rey y levantando a sus pies, con las patas del animal tan gruesa nube de polvo, que impedía que los cruzados fuesen vistos por ellos.

«¿Sería un verdadero milagro? ¿Habría en verdad, tan milagrosa aparición? Ninguno de los Cristeros vio nada singular jamás. Más de que tales cosas contaban los enemigos como acaecidas en este y otros muchos de los primeros combates, si hay certeza completa y fue cosa perfectamente sabida en Colima»

 

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«…Dos días antes de la supresión de cultos en toda la República decretada por el episcopado caía un viejo y modesto comerciante de aquella ciudad (Puebla), José García Farfán originario de Taxco, estado de Tlaxcala, quién contaba a la sazón de 66 años de edad. De carácter enérgico, era ampliamente conocido y estimado en su barrio, por sus frecuentes gestos de caridad y su piedad acrisolada. Había impulsado, en su pequeño comercio de miscelánea las publicaciones católicas. Y precisamente para arreglar algún asunto pendiente con la revista El Mensajero del Corazón de Jesús y hacer unas visitas a la Virgen de Guadalupe, estuvo en la ciudad de México unos días antes en el mes de Junio de 1926. A su regreso a Puebla llevó consigo varios letreros que le fueron proporcionados por la Liga de la Defensa Religiosa, a la que se había adherido desde un principio.
Puso en su aparador, en forma ostensible, aquellas leyendas que decían: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Sólo Dios no muere!, etc.

El día 28 de julio fue a comulgar, como si presintiera el próximo fin de su vida. A media mañana entró en la miscelánea el asistente del general Juan Guadalupe Amaya, que venía acompañado del general Daniel Sánchez y otro soldado, en un coche que se detuvo enfrente. Ordenó el asistente a Farfán que saliera a ver al general Amaya que lo llamaba.

-¿Donde está?
-En su automóvil, allí en la puerta.
-Pues dígale a su general, que hay la misma distancia de su automóvil a mi mostrador, que de mi mostrador a su automóvil, donde estoy a sus órdenes.

Ambos generales entraron en la tienda y llenaron de improperios al anciano propietario, a quien ordenaron quitar los letreros del aparador. José García Farfán se negó, pues en su casa sólo mandaban, primero Dios y después él, y si alguien se atrevía a quitar de allí esos letreros tendría que atenerse a las consecuencias. Amaya sacó la pistola y disparó a quemarropa al anciano, quien por gracia de Dios no fue herido, y empezó a arrancar de la vitrina los letreros.

García Farfán no resistió tal atentado y, lleno de ira tomó un frasco de cristal que contenía chiles envinagre y lo arrojó al militar. El general Sánchez detuvo el improvisado proyectil con el brazo y recibió una herida en la muñeca. Eso bastó para que García Farfán se serenara y pidiera una disculpa a su contrincante. Y mientras curaba al herido con humildad franciscana, Amaya continuó destrozando el contenido del aparador. Sólo dejó por descuido, un letrero que decía: ¡Dios no muere!

García Farfán fue apresado por los militares y conducido al cuartel de San Francisco, sin que valieran las peticiones del vecindario que trataba de rescatarlo, ni la intervención de un abogado que interpuso un amparo que no fue tomado en cuenta por sus aprehensores.

En la mañana del 29 de julio, Amaya formó el cuadro para fusilar al católico anciano y, momentos antes de dar la orden de fuego, con despiadado sarcasmo dijo a García Farfán:
-A ver ahora cómo mueren los católicos…
-¡Así!… respondió el mártir, y estrechó el crucifijo de su rosario contra su pecho, al tiempo que gritaba: ¡Viva Cristo Rey!
Las balas atravesaron su cuerpo. Allá, en el aparador de su comercio, un letrero proclamaba: ¡Dios no muere!

García Farfán fue el primero a partir de esa fecha, de una larga lista de victimas inmoladas por el odio ateo. Tras él, con frecuencia agobiadora, irían al martirio miles de hombres, mujeres y niños».

 

Antonio Rius Facius
Méjico cristero
págs. 92-93

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«De continuar las cosas así, en nuestra desdichada Nación, al cabo de dos lustros ya no quedará en México más que un montón de ruinas humeantes sobre el que se erguirá insolente la infame bandera del crimen y de la disolución social. El pueblo mexicano, ese pueblo noble, grande y heroico tan odiado por la impiedad a causa de su fe profunda y de su nunca desmentido amor a Jesucristo habrá de ser sacrificado en las aras sangrientas de los Bárbaros del siglo XX, o habrá de refugiarse en países donde todavía impere un dejo de cristianismo.
De esta manera, y cuando ya en México hubieran sucumbido todos los valientes, y marchado al destierro todos los hombres de bien; cuando sólo alentaran los verdugos de la raza, los infantes mercenarios, los traidores, los hombres que durante una centuria no han hecho más que preparar el camino a la invasión; rotos ya todos los vínculos sociales, derruídos los templos y hechos pedazos los altares de Dios vivo, se desprendería de las heladas regiones del Norte el ejercito de piratas que, en nombre de la civilización y de la humanidad, vendrían a ocupar un pueblo que reputarían dejado de la mano de Dios, pero que en realidad ellos mismos habrían sumergido antes en el abismo de todas las desgracias. De éste modo quedaría consumado el «Misterio de la Iniquidad» por el que la perfidia y la hipocresía aparecerían prestando un gran servicio a la familia humana, cuando en realidad no habrían hecho otra cosa que destruir la fe de un pueblo para apoderarse completamente de sus destinos».

Mons. José de Jesús Manríquez y Zárate , Obispo de Huejutla.

«Un 29 de enero cerca de Guadalajara, Jalisco; un niño de doce años fue cogido porque andaba repartiendo hojitas del boicot. Pregúntanle quién se las han dado; pero no le sacan palabra. Le amenazan con azotes y con la muerte; pero no cede. Azótanle de veras, y el niño no profiere sino gemidos de dolor. Esperan con plan diabólico, a que su pobre madre, que le busca desolada, vaya a ver si está en la cárcel. Llega, en efecto, la infeliz mujer con alimento para su hijito. Allí delante de ella azotan cruelmente al valeroso niño; pero la madre como la de los Macabeos, lo alienta a cumplir con su deber, repitiéndole entre sollozos: ¡NO DIGAS, HIJO, NO DIGAS! Acometidos de rabia infernal los sayones al verse vencidos por una mujer y un niño, quiebran los brazos al héroe de doce años, que de resultas murió».

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Primera Parte

«Llegó la Comunión. Un Sacerdote bajó la Santa Hostia de la custodia, pues era necesario consumir la Santa Eucaristía. Luego las lámparas fueron apagadas. Entonces si no hubo manera de contener las lágrimas. La multitud lloraba con gran dolor. Yo vi rendirse en el pavimento en medio de la consternación general, las banderas de la A.C.J.M. y demás agrupaciones católicas en los más solemnes instantes: era la protesta muda, pero elocuentísima, nacida como de inspiración en aquellos momentos de fidelidad a Cristo y de que por él se iría aun a la muerte. Yo vi los ojos de aquellos muchachos los futuros mártires de Cristo Rey, preñados de lágrimas que en silencio corrían unas tras otras como gruesas perlas sobre sus viriles rostros. Los sentimientos del alma de cada uno de los fieles de aquella multitud los expresaba a voz en cuello: unos lloraban en voz alta, otros impetraban misericordia y perdón. Se lamentaban la ausencia de Jesús. Se lamentaba la suerte futura: ¿Que haremos sin ti Jesús? ¿Que harán nuestros hijos? ¡Ven Señor, ven, ten compasión de este pueblo que es tuyo! ¡Tu eres el rey! ¡Tu el Triunfador! ¡Ven y triunfa! ¡Vence a los enemigos! ¡Ven Señor, y no te tardes! Y desde aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel quedó huérfano. El templo sin sus sacerdotes, el altar con sus lámparas apagadas, mudos los campanarios y el Sagrado desnudo y abierto. Cuadros semejantes hubo esa mañana del Miércoles de Pascua en todas la parroquias y lugares del Estado. En algunas partes hubo circunstancias singulares. En Comala, municipio al norte de la ciudad de Colima, después de consumido ya el Divino Sacramento el pueblo permaneció en el templo para resguardarlo de las manos sacrílegas. Un grupo de mujeres de mala vida aparece entonces en escena: lloraban a voz en cuello y a gritos confesaban su vida de deshonor y miseria. somos mujeres malas, decían, pero amamos a Cristo y daremos por Él nuestra vida y Él nos perdonará. Sólo muriendo nosotras, podrán los enemigos apoderarse del Templo. Y se apostaron en sus puertas, en defensa del templo y del altar: Era Magdalena, la amante Magdalena que bañada en lágrimas, supo estar al pie de la Cruz. La ciudad manifestó, con fe intrépida su dolor y su duelo. De lo marcos de las puertas de todo Colima -menos en los hogares de los empleados del Gobierno y de los masones-, colgaban moños negros y las puertas estaban entrecerradas. Callaron las músicas y los cantares del pueblo, y principió, con unanimidad preciosa, una vida de piedad, recogimiento, oración y penitencia, como si se tratase de un largo y piados Viernes Santo de las épocas de mas fe de los siglos ya pasados. Todos los católicos seguían haciendo penitencia. Una inmensa mayoría ayunaba diariamente y suprimía el uso de la carne, en vigilia no interrumpida. Aún los niños ayunaban y, en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, con los bracitos en Cruz y corona de espinas en sus cabecitas, llevados por la Madre Rosa, religiosa Adoratriz, cantaban diariamente el Salmo Miserere que la Iglesia usa en sus días de dolor para impetrar el perdón de Dios. En los templos solitarios, sin Eucaristía y sin Sacerdote, en torno de la Cruz se reunía diariamente el pueblo a gemir su orfandad y entonar cánticos de penitencia. El pavimento quedaba, día a día regado con las lágrimas de los fieles. Se veían llegar grandes grupos de madres de familia que cotidianamente recitaban el Santo Vía Crucis. ¡Cómo lloraban a lágrima viva y como gemían en alta voz la ausencia de su Dios, la suerte propia y la de sus hijos! También en los pueblos perseveró el entusiasmo por defender su fe perseguida… Muchas veces quisieron los servidores del tirano llevarse preso al Párroco de San Jerónimo don Ignacio Ramos. El pueblo nunca lo permitió. Siempre los pueblos estaban alerta: una o dos campanadas de contraseña significaban que había peligro, que algo malo ocurría y todos dejaban sus trabajos, las casas se cerraban y se corría a la defensa de su Sacerdote. En cierta ocasión un grueso piquete de soldados se presentó a las puertas de la Casa Parroquial en busca del Párroco. El pueblo en masa se amotinó al momento, aún niños de cuatro años llevaban sus sombreros llenos de piedras para luchar contra los perseguidores en caso de que quisieran llevarse a su Pastor. El capitán, jefe de la escolta, optó entonces por la paz y regresó a la Capital del Estado sin atreverse a ejecutar la comisión que llevaba. En otra ocasión, por esta su misma actitud gallarda, fueron a dar a la cárcel muchas señoritas de las principales familias de allí. En la prisión no hicieron otra cosa que cantar y rezar. Ya cantaban sus canciones populares del boicot, ya alabanzas, ya rezaba todas unidas y en voz alta el Santo Rosario con la letanía cantada, o lanzaban el intrépido grito de ¡Viva Cristo Rey! Los enemigos ardían de rabia que desahogaban con insultos y palabras tabernarias. Ellas perseveraban con su misma actitud»

 

Spectator, op.cit.T.I. págs.58-59-60-64-65

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ORACIÓN CRISTERA

Mi Jesús, tened piedad de mí. Mis pecados son más numerosos que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de vuestra Iglesia y que lucha por ella. No quiero nunca más pecar, para que así mi vida pueda ser una ofrenda agradable a vuestros ojos. Lava mi alma de las iniquidades y purifícame de mis pecados. Por vuestra santa Cruz y por mi Santa Madre de Guadalupe, perdóname.Ya que no sé cómo hacer penitencia por mis pecados, deseo recibir la muerte como merecido castigo de ellos. No deseo luchar, vivir o morir sino por Vos y por vuestra Iglesia. Oh, Santa Madre de Guadalupe, quédate a mi lado en la hora de la agonía de este pecador. Permítid que mi último brado en la tierra y mi primer cántico en el Cielo pueda ser ¡Viva Cristo Rey!